Se despertó una vez más. Aún faltaban varias horas para que fuera sensato levantarse, además de precisar al menos una hora más de sueño, despertaría al resto, si es que no sufrían del mismo insomnio que él. Siempre le costaba dormir durante la noche previa a estas cosas.
La ansiedad le jugaba las trampas de siempre con la percepción del tiempo. A pesar que la noche se le hacía eterna y llena de sobresaltos, estaba confiado que el descanso, por más breve y salteado que pareciera, terminaría bastando. Su lucidez del día siguiente así se lo indicaba en cada oportunidad.
Le llamaron, pero estaba ya despierto hacía unos dos minutos. Se dio cuenta que había pasado bastante tiempo desde su último período de vigilia solamente por el olor a café que emanaba de la cocina. Todavía no amanecía.
Cuando fue a desayunar, ese café que había provocado su acelerada comparecencia donde los demás, se le hizo poco. Extrañaba la leche para acompañarlo de una forma un tanto irracional. Es que eran esos detalles los que le recordaban porqué estaba ahí. La cascada de sentimientos de bronca y odio que surgían cada vez que notaba la falta de alguna frivolidad como aquella, le impedían acostumbrase a este nuevo estado de las cosas, y lo mantenían unido a esa gente propuesta a cambiarlo todo.
Siempre se reprochaba esa frivolidad. Envidiaba los motivos de los demás, el idealismo de Marcos, o incluso las ganas de Leticia de vengar a su hermano, le parecían infinitamente más legítimas que su racionalización de aquellos accesos de rabia egoísta, por más sesuda que esta fuera.
El viaje lo hicieron en silencio. Los debates y discusiones no tenían cabida en una madrugada como esa. Las interminables horas de reafirmación de ideales y motivos mediante la repetición incesante del discurso, maquillada con discrepancias superficiales, resultaban indispensables para soportar precisamente estos eventos, pero exigían una concentración mucho más verbal que ese estado de transe en el que caían al prepararse para lo que debían hacer.
Tampoco fueron necesarias muchas palabras para organizarse al momento de llegar al lugar determinado, escogido dos meses antes en aquella noche, tan distinta y distante de la de la víspera. En menos de cinco minutos todos estaban en su sitio; y cada uno sabía perfectamente lo que sucedería en cada momento de las próximas dos horas.
La espera duraría veinticinco minutos, que sumados a los cinco del despliegue conformaban la media hora de margen prevista, el máximo que podían permitirse. Esos veinticinco minutos de tensión, eran la prueba máxima para la voluntad de cualquiera. Eran veinticinco minutos donde lo único que podía interferir, eran las dudas personales, las grietas en la determinación. Pero él no tuvo ningún problema en sobrellevarlos. Un poco porque la tensión le impedía pensar en otra cosa, pero sobre todo porque estaba completamente convencido de lo que hacía, y de sus porqués.
Vio la señal. Se levantó y avanzó, empujado por eso que sólo alcanzaba a describir como un impulso que le salía de las tripas, le subía por la espalda, y que cuando llegaba a su cabeza le nublaba la vista, permitiéndole ver exclusivamente a su objetivo.
Lo siguiente que recordó, como todas las veces, fue su manga derecha empapada y caliente, mientras sentía cómo la persona que tenía firmemente sujetada, perdía todo viso de resistencia y comenzaba a deslizarse entre sus brazos, cayendo a sus pies. La energía que tanto se afanaba en describir se convirtió una vez más en aquella inexplicable pero inequívoca voluptuosidad. Esa que jamás pudo confesar y que lo alejaba para siempre de la redención.
Limpió el cuchillo en su pantalón y entró al edificio, el día acababa de comenzar.
Piiiila de veces soñe que mataba a alguien, es normal no?, lo describiste como yo lo describiria.
Bo en serio… me estas asustando.
Para peor despues me mandaron esto. Ahora estoy angustiada.
Vaya bizarras tapas de discos que linkeaste ahi.
Se extrañaban sus comentarios por estos lados.