Segundo piso, por la escalera. Un dormitorio que da a la calle, separado de uno que da al fondo y que hace las veces de pasillo para alcanzar el primero. Entramos. Coreana en la parte inferior de la cucheta, italiano en una de las camas, y equipaje desatendido sobre la segunda, Nicolás ocuparía la tercera.
La Coreana no parece interesada en hablar, y el italiano insiste en hacerlo en Inglés, a pesar de entendernos perfectamente, y nosotros a él. Nos cuenta que el pasajero ausente es argentino, y que están viajando juntos desde Budapest. Dejamos las cosas y nos vamos a almorzar.
La primer impresión de Praga consiste en no saber para dónde mirar, que todo es increíblemente lindo, demasiado. En perfectas condiciones, pintadito, prolijo, y sin un checo a la vista. Cuando uno entra a los centros comerciales (recuerden que buscábamos un paraguas) la cosa ya no es tan prolija ni ordenada, y uno empieza a ver a gente normal, comprando cosas normales, baratas, berretas, como en todas partes, y no solamente a turistas procurando tarjetas de memoria para sus cámaras digitales.
Claro que la veta desagradable del centro de la ciudad radica en la prostitución. Es imposible caminar por las noches sin la oferta constante de servicios tanto por las chicas como sus promotores. Luego, en el hostel, un yanqui nos cuenta, a nosotros y a toda la tertulia del cuarto de estar, (donde todos esperaban por la computadora con internet gratis) que en Barcelona le pelaron la billetera cuando le ofrecían una noche de sexo. Otro pibe lo interrumpe para contar que en París lo habían robado en el metro.
– Poor thing!, dice la veterana Australiana, devenida en la matriarca de ese ámbito.
– Now I wear my wallet tied to this chain, replica el adolescente.
– Great!, that is safe and fashion! Agrega una mina que juraría es Uruguaya ( cosa que como no la volví a ver, ni escuché hablar otra cosa que inglés, no pude comprobar)
– Very nice bag you have there, did you do it yourself?
– No, this is a gift from a friend from Spain, sigue la charla entre la seguramente uruguaya y la sesentona de sandalias.
No se qué hacía esa señora en Praha, pero siempre estaba en el salón común dándole consejos a algún pendejo primermundista en apuros.
La cantidad de historias que escuchamos en aquel lugar es enorme y de muy variada índole, como pasa en todo sitio dónde no hay otra cosa que viajeros recalando. Este era nuestro segundo albergue, y el primero de corte intimista, así que nos costó poco entregarnos de lleno al placer de contar, de escuchar y disfrutar personajes increíbles.
El argentino con quién compartimos habitación resultó uno de los más tragicómicos. Terminamos cenando con él y su sidekick sardo, para luego levantar unas cervezas en el 24 horas donde habíamos comprado el almuerzo ese mediodía. Llevamos las birras para el hostel con la intención de achicar ahí, y sumarnos a algunos mexicanos en búsqueda de vida nocturna. (Siempre seguir a los mexicanos si se busca joda)
Mientras tomábamos la cerveza y el resto se turnaba en la computadora, el flaco este contó un montón de anécdotas claramente coloreadas y ensayadas, prontas para hacer las delicias de sus amiguetes argentinos. Llenas de clichés y cargadas de una cosmovisión sacada de una caricatura, esos cuentos me divirtieron mucho más a mí que al pobre par de traductoras compatriotas del entertainer, quienes hasta no enterarse que habíamos conocido al pibe ese día, no quisieron ni acercársenos :) Pero lo que me inspiró un poco de pena, era que este loco, que había venido a Europa tras una novia que estaba viviendo con otro a su llegada a Italia, podía quedarse como un mes más viajando, y sin embargo, consideraba que tenía ya en su maleta todas las historias que precisaba para narrar su aventura, y se aprestaba a regresar a baires mucho antes de lo planeado.
Estar en contacto con esa cantidad de realidades diferentes (desde un filipino que iba en camino a Londres a laburar, hasta el clásico backpacker yanqui post college) tiene dos efectos. El primero es contextualizar lo que uno está haciendo (turismo, por segunda vez, en el verano Europeo, pagado con ahorros) en el universo de las infinitas circunstancias que pueden llevar a dos personas a caer en un mismo lugar del planeta en un momento dado.
El segundo es aburrirse rápidamente de contar quién se es, que hace, de dónde viene, a qué ciudad va, cuánto tiempo hace que está viajando y cuánto le queda, y qué te gustó más de tal ciudad a la que va el interlocutor de turno y uno ya viene, y qué hay para ver en esta ciudad, dónde se come barato, etc. (El restaurant pegado al hostel es altamente recomendable, y aceptan euros a buen cambio)
En un hostel hay 15 minutos de smalltalk gratis con quienquiera que te cruces, sin esfuerzo y hasta medianamente interesante. Para alguien chúcaro como yo, eso es una gran ventaja, pero de todos modos sigue siendo smalltalk y el smalltalk me aburre soberanamente.
Sin embargo, es fácil reconocer a alguien inteligente entre tanto ruido. Y bastan un par de respuestas fuera de lo normal, o la mención de una película, para encontrar a alguien como Sam, con quién compartiríamos nuestro último día completo en Praha, y otro, una semana después, en el Wachau, de Viena a Melk, escuchando por la radio del auto qué carajo estaba pasando en Londres esa mañana.
Para mí lo mejor del smalltalk es que es completamente reflectivo, tanto estrucutralmente como computacionalmente, al punto de que la ide, el compilador y todo lo demás -en el universo smalltalk- está descrito, accesible y modificable por smalltalk.
En realidad, es más un un sistema operativo que uno modifica y extiende en el momento de desarrollar.
Pretty wild stuff, lemme say, my friend.
indeed…
Es re-gracioso como se puede adivinar el estado de ánimo que tenías (aunque no se sabe si es el del momento en que sucedió, o el del momento en que lo escribiste, puede ser cualquiera de los dos).
No se si va quedando así de forma accidental o intencional, pero me gusta que los relatos de tu viaje no estén en orden cronológico, es como un puzzle que se va armando de a poquito, las partes más fáciles van saliendo más rápido.
En el blog de Juan Villarino leí el otro día «Los monumentos los veo en las postales. Me interesa la historia contemporanea». El conocer gente de distintas raíces y con distintas historias que uno, te abre pila la cabeza. Ojo que tampoco tenés que irte muy lejos para que te pase eso, hace unos días que estuve en Salto hablando con un veterinario pariente de mis amigos que fui a visitar, pude comprender parte de la problemática que tienen en el norte a causa de la sequía.
Ah, y la mina que dijo que la cadenita era «fashion» era indudablemente uruguaya!
Muchas gracias de nuevo por el trabajo y el raconto los cuales ya los tengo impresos y guardados en una carpeta para llevar. Gracias por tomarte el tiempo de hacerlo. Ya tengo el pasaje, tengo el trayecto, los dias de licencia y no me aguanto mas hasta el 30 de junio, quisiera que fuera ahora… voy a hacer Praga, Budapest, Viena, Siena (Italia) yalgo ams todavia no definido. Espero el resto de las historias… besotes :) P