El Muffathalle ha sido desde que llegué a Munich el escenario de espectáculos que más he frecuentado. Es un lugar simpático, cerquita del río, y con ese seudoglamour que las naves industriales tienen al ser convertidas con esos fines.
Éste lugar, me enteré anoche al contarle por chat a un amigo lo que les relataré a continuación, fue construido a finales del siglo 19 y albergó la primer planta de generación eléctrica a vapor de la ciudad. Hace algo más de una década pasó a manos estatales y luego de siete millones de marcos tenemos ahora un pub, una disco, el escenario que les mencioné y un simpático Biergarten donde todo, hasta la cerveza, es «bio», como la moda indica.
No termino aún de decidirme si la acústica del lugar es horrible o decente, pero lo que sí me queda claro es que los sonidistas tienen mucho que ver en lo que la caja de ladrillos puede dar. Por ejemplo, cuando vi a The Streets el año pasado, básicamente se escuchaba una bola de ruido ininteligible, mientras que con Eels la cosa estuvo bastante bien.
Cuando llegue anoche, cansado y recuperándome de un virus que me tuvo el fin de semana con la energía en 10%, la poca gente que había estaba de buen humor. Es que finalmente ayer volvió el calor que nos venía rehuyendo desde mayo, y eso nos pone a todos contentos. Pasé el control de la puerta y me dediqué inmediatamente a escudriñar a la concurrencia, algo que siempre es interesante en estos casos, porque la mezcla de Alemanes latinófilos y latinoides locales es siempre digna de verse.
Y no me equivoqué.
Luego de encontrar un par de caras conocidas, y a un ex compañero de oficina flanqueado por dos rubias que le desentonaban, noté que frente al escenario propiamente dicho habían unas tres o cuatro parejas bailando tango al ritmo de una base más bien dub, pero con samples de «Por una cabeza» super filtrados. Esto no me sorprendió demasiado. Los alemanes son conocidos por su devoción al tango y ya he aprendido que acá los cursos de baile son tan comunes como el esquí, el mountain bike o el gimnasio, son una actividad que se hace un poco porque es divertida y otro poco porque, bueno, debe hacerse.
Una noche del 2002, buscando qué hacer en un miércoles al pedo, manoteé un programa impreso en papel demasiado caro para las circunstancias que había levantado el fin de semana anterior en el recientemente abierto Pachamama. No recuedo bien lo que decía, pero hablaba de tango, electrónica, Campodónico y Supervielle, razón suficiente para reclutar a mi hermano y tirarnos hasta ahí. En aquel entonces yo estaba tratando de recuperar el tiempo perdido en la universidad, intentando una adolescencia tardía de música entre semana y con la convicción de haberme perdido de ver en vivo lo que suponía me habría gustado en los noventas, como Plátano Macho, el Peyote Asesino y lugares como Amarillo.
Nos gustó mucho, pero más nos gustó, lo reconozco, tener la certeza de que aquello era el comienzo de algo bastante salado. La reinterpretación de los elementos del tango en claves contemporáneas, especialmente apelando a lo bailable, era algo completamente nuevo para mi, y sentía que me devolvía la capacidad de sentirme parte de esos sonidos que llevaba metidos debajo de la piel por el simple hecho de vivir en Montevideo.
Todo esto a la distancia suena bastante naif y cursi, pero era lo que en ese momento pasaba por mi cabeza cuando mi hermano me habló de Santaolalla. Yo nunca había oído hablar del tipo, y creo que nada de lo que escuché hasta ahora haya sido más que críticas. Aunque en este momento al, intentar enumerarlas, todas suenan bastante al cliché del productor de La Industria, que vapulea, roba y le hace perder la identidad a los músicos que quieren vivir de la música y tienen pocos escrúpulos. Incluyendo el resentimiento de los fans por las rupturas de sus bandas favoritas a manos del éxito comercial. A mi me parece un tipo que es bueno en lo que decidió hacer. Una persona que dentro de las reglas del juego que escogió jugar es alguien con éxito, y creo que eso es respetable a independientemente de la opinión que tenga sobre esa actividad. La analogía que me viene a la cabeza es la de un torero famoso: desagradable, pero meritorio.
El arco descripto entre aquel pequeño show en Montevideo y el de anoche en Munich es muy grande. Ellos sacaron varios discos con resultados muy dispares, hicieron montones de giras y hasta metieron a Elivis Costello en el baile. Yo por mi lado estrené mi primer cámara digital sacándoles fotos a ellos, y este blog sigue recibiendo buena parte de su tráfico de google debido a esas primeras fotos. En Morini, con una gripe increible ví, atónito, a los contra las cuerdas hacer «vendedores» en la fiesta de presentación del primer disco de bf, sin imaginar que luego les terminaríamos haciendo el website con Juan. Yo nunca había visto hip hop en vivo hasta ese momento.
Cuando me acerqué al escenario la cantidad de parejas que ensayaban pasos de tango eran ya cerca de veinte. Había de todo, algunos, los menos, eran claramente rioplatenses; habían parejas recién formadas, cosa que se notaba por la torpeza y sobre todo incomodidad ante el indispensable contacto corporal. Las edades también variaban mucho, desde veintipoco a sesentaytantos, incluso dentro de cada pareja. Vi también a una rubia veterana sacar a bailar a un desconocido que se aprontaba al borde del círculo de espectadores que se estaba formando.
Mientras miraba, entre incómodo y sorprendido por aquel improvisado espectáculo, noté que en el corredor que va para los baños había una pendeja en un vestido de fiesta dejando sus championes contra la pared mientras se ponía unos zapatos con taco de aguja, y al examinar al resto de las y los bailarines, descubrí que más de la mitad tenía «zapatos de tango», mientras que al rededor de todo el recinto habían varios pares de «zapatos normales». La rubia, entonces, se paró al borde de la pista a esperar que alguien la saque a bailar, estaba sola.
Cuando por fin la banda se colocó en su sitio los aplausos rompieron la incomodidad en la que estaba inmerso. El solo de violín con el que Casalla arrancó el show dejó a todo el mundo en un silencio que acentuó el golpe sonoro de la base y la batería de Grand Guiñol. Yo no los había visto con batería todavía y suenan muy muy fuerte. Tan fuerte que por casi un minuto la gente quedó completamente congelada, tardando tal vez un poco más de la cuenta en aceptar que esta gente no estaba ahí para hacerlos bailar el dos por cuatro.
Yo por mi parte olvidé el estado semigripal y disfruté de la extraña sensación de estar en Munich y en un sitio familiar, pero jamás tan cercano como la música y la banda que tenía en frente. Santaolalla dio muestras de ser el dueño de la banda. El amplificador y el monitor de su guitarra estaban tan fuertes que no me explico cómo podían tocar los demás sin entreverarse, pero como nunca estuve encima de un escenario tal vez me equivoque fiero. Lo que sí tengo claro es que cuando tocaron Miles de pasajeros sin billy, no tuve más remedio que rapearles la letra original a los alemanes que tenía al lado, excepto, claro, cuando Supervielle encajó sus rimas en francés.
Como me dijo camilo por chat anoche, al final, ganó Plátano Macho nomás.
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