Hace once años que vivo fuera de Uruguay y ya estoy bien acomodado en el rol de expatriado. No me siento raro cuando vuelvo de visita ni me agendo millones de asados para ver gente por cinco minutos. Tampoco extraño la comida o la playa. Me sigue faltando la cercanía de la familia y los amigos pero también hice las pases con eso y tengo una relación saludable con extrañar afectos, le pude encontrar la vuelta.
Hace tanto de esa primera partida que tampoco me extraño a mi mismo en Uruguay. Es que ya no tengo nada que ver con la persona que se fue y la nostalgia que siento sobre Uruguay de vez en cuando es la misma que sentiría estando allá. Creo. No es que uno tenga grupo de control para validad teorías.
Lo que me sigo preguntando de vez en cuando es qué estoy haciendo acá. ¿Por qué vivo en NYC? ¿Qué me motiva vivir lejos de la familia extendida de mi hija? ¿Hay una razón por la que no quiera volver a Montevideo? ¿Quiero volver a Montevideo? ¿Estoy acá por inercia o porque es lo que quiero hacer? La lista sigue y no me importa detenerme en las respuestas porque cambian todo el tiempo. Cada vez que me meto por ese camino introspectivo lo único que tengo claro es que si me mudo a Uruguay todas esas preguntas van a seguir persiguiéndome.
Al fin y al cabo uno siempre está eligiendo hacer lo que hace y vivir lo que vive (white people problems, I know). Usted, querido lector, está eligiendo por omisión vivir en su ciudad cada día que no se muda. El haber emigrado simplemente me ayuda a recordar de vez en cuando que estoy viviendo la vida que me gusta. Que estoy un cachito más cerca de la felicidad.